Espero críticas y elogios, ceños fruncidos y sonrisas cómplices, lágrimas de emoción y carcajadas ilusas. Si logra este espacio personal alguna de esas sensaciones me daré por satisfecha........

sábado, 26 de diciembre de 2009

LA MAGIA DEL TIEMPO

LA MAGIA DEL TIEMPO

El encargado del cuidado de la plaza pública estaba terminando su labor.
Era tardecita, el sol ya le había dejado lugar a su suplente nocturna.
Los faroles se encendieron iluminando los canteros rebosantes de geranios que delineaban los senderos solitarios.
Jaime comenzó a guardar sus herramientas en el bolso de mano. Se arropó con su campera inflada, salió del vestidor; una pequeña caseta que se había construido en la esquina norte de la plaza, y cerró con candado la cadena que rodeaba la improvisada cerradura de hierro. Como hacía ya casi treinta años esperó que las luces terminaran de iluminar con toda su potencia hasta el rincón más recóndito de la plaza y se fue. Siempre cruzaba en diagonal la plaza sólo para observar que todo estuviera en su sitio, pero esa noche, sin embargo, estaba apurado y se fue sin dar su última ronda.
Tenía la sensación de que esa noche sería distinta.
Para tratarse de un viernes las calles estaban demasiado calladas y desiertas. Ni siquiera los jóvenes de siempre, los que se reúnen en el almacén de Don Manolo, estaban sentados al cordón de la vereda haciendo barullo. Parecía ser el único ser humano de la tierra; miraba a los costados a cada paso y podría jurar que todos lo seguían sin aparecerse. Al dar vuelta en la esquina de su casa Duque no apareció a recibirlo como era su costumbre. Abrió el portón, haciendo el mayor ruido posible, sacudió las llaves para llamar la atención de su cachorro sin suerte y entró.
_ ¡Hola! Llegué. Rosa, chicos ¿dónde están?_ su voz hizo eco en cada habitación sin respuesta. Con un dejo de temor e inquietud se dirigió al teléfono. Llamó a la oficina de su mujer, al liceo de sus hijos, a su suegra, a Rosalía, su cuñada, pero nadie contestó. Ya los nervios lo estaban devorando cuando oyó un lamento; parecía venir del baño. Sin prisa pero sin pausa, con la pala de arrimar brasas de la estufa a leña en sus manos como escudo, se dirigió hacia el sonido. A medida que se acercaba el lamento se hacía más potente; abrió lentamente la puerta, asomó la cabeza con cuidado y allí estaba el Duque con sus patas atadas y su hocico envuelto con cinta plástica. Parecía tener electrificada la cola de tantos espasmos que daba contra el borde de la bañera al ver a su amo. _ Pobre Duque, ¿qué pasó en esta casa? ¿Dónde están todos? Ladrones no pueden haber sido, todo está en su sitio. ¿Dónde está mamá, Duque?_ preguntó Jaime tratando de entender lo que estaba viviendo.
El perro sólo gemía lamiendo a su dueño sin entender tampoco lo que ocurría.
El hombre cerró y fue directo a la comisaría a denunciar el hecho.
_ Señor, no podemos hacer nada hasta que hayan pasado veinticuatro horas de desaparecidas las personas ¿Sabe cuántos casos de éstos tenemos por semana? Y eso que este pueblo no tiene más de dos mil quinientos habitantes. Vaya a su casa a descansar, ya reaparecerán. De otro modo lo esperamos dentro de las restantes veinticuatro horas y asentamos la denuncia del caso._ fue todo lo que el policía le dijo sin escuchar prácticamente a Jaime que enloquecía de ira e impotencia.
Volvió a la plaza. Se sentó en el banco más cercano a la caseta por si el teléfono sonaba, tomó su cabeza con las dos manos y trató de buscar en sus pensamientos alguna explicación coherente a lo que estaba ocurriendo. Duque, sentado a su lado, lo miraba con ojos tristes.
Parecía que iba a llover. La gente apuraba el paso tratando de llegar a casa antes de la tormenta. A Jaime no le importaba.
Hacía ya quince días que no movía su cuerpo de ese banco, ni siquiera había cortado el césped. Los primeros en darse cuenta de la situación del pobre hombre fueron los jóvenes que todas las noches saludaban al guardián cuando volvía a su casa.
Se habían encargado de buscarle un nuevo amo a Duque, de mantener su casa limpia y aireada; pero no podían conseguir que Jaime reaccionara.
El tiempo pasaba y Jaime cada vez estaba más lejos de la realidad.
Un día hermoso de primavera una niña se le acercó y le preguntó: _ ¿Usted es el guardián de la plaza? Jaime solo la miró y sonrió.
_ ¿Por qué ya no crecen las flores en los canteros y el pasto de tan alto hace sombra en los bancos?_ prosiguió la pequeña con curiosidad.
El hombre agachó la cabeza y fue hacia la caseta, entró y cerró la puerta lentamente. Ella lo siguió. Entró y volvió a preguntar lo mismo buscando los ojos del hombre que fijamente miraban el piso.
Jaime apartó la mirada y escondió entre sus manos, ásperas y fuertes, su rostro. Lentamente con un sollozo callado fue acurrucándose en posición fetal. La niña lo miró incrédula y compasiva. Puso su mano en el cabello desprolijo del hombre, como un adulto, para consolarlo; y le habló con voz queda: _ ¿Por qué estás tan triste? ¿Estás enfermo?
Se hizo un silencio cómplice. Sólo el gemido de Jaime hacia eco en las paredes y el techo de zinc de la caseta.
La pequeña, exhausta, se había dormido apoyando su cabeza en la alfombra al pie del sillón. Ese que tantas veces había sido confidente y amigo de Jaime. El que conocía sus secretos y todos sus miedos. Aunque, profundamente dormida, su mano seguía apoyada en la madeja de pelos del hombre, que ya no lloraba.
Parecía que ni sus respiraciones se animaban a interferir con el silencio que se volvió profundo e inquietante.
Al cabo de un rato Jaime se levantó, alzó a la pequeña en brazos y salió decidido.
Era la primera vez en tres meses que se atrevía. La primera vez luego de aquella horrible noche, que movía su cuerpo con un fin determinado: ir a su casa.
Otra vez le pareció un pueblo fantasma; todos lo seguían pero nadie estaba. Sólo la luna lo observaba desde su balcón blanco y esponjoso.
Al llegar sus ojos se paralizaron y salieron de sus órbitas buscando lo que ya no estaba.
_ La dirección es ésta, ¿cómo voy a olvidar dónde está mi casa?_ gritó desesperado mirando a su alrededor con inquietud.
La niña despertó sobresaltada: _ ¿Dónde estoy? ¿Qué hacemos acá?_ preguntó sorprendida.
Acá estaba mi casa. No entiendo lo que pasó. No puede haber desaparecido.
_ ¿Qué decís? Y ésta casa que tenemos en frente ¿de quién es? _ preguntó la niña desorientada.
_ ¡No es la mía! ¡No es la mía! _ repetía Jaime tomándose la cabeza y cayendo de rodillas al suelo.
_ Capaz te equivocaste de calle. ¿Hace mucho que no venís? _ prosiguió la niña apoyando su mano en el hombro de Jaime.
_ ¡No sé, no sé! No entiendo nada; desde que apareciste todo me es confuso…
¿Quién sos? Ni siquiera se tu nombre. ¿Cómo podés tener el aplomo y el comportamiento de una mujer adulta siendo tan pequeña? ¿Quién…Antes de poder seguir con el interrogatorio cae al suelo empujado por algo o alguien.
…Con los huesos molidos y un cansancio ancestral apoyó sus manos lentamente en el suelo y se fue reincorporando. Ya parado limpió su rostro con la manga del brazo izquierdo y se volteó hacia la niña para increparla. Ésta ya no estaba.
Comenzó a observar hacia todos los lugares posibles y sin dar crédito a sus ojos se dio cuenta de que ese lugar le era muy lejano, pero también muy familiar. Era la chacra en la que había crecido.
Las suelas de sus zapatos ya no pisaban cemento sino que se hundían en el prado mullido de tierra negra y césped crecido que bailaba al ritmo del viento.
Su instinto lo llevó hacia la entrada de esa casa fantasmal que se erguía a su frente. Al primer paso tropezó enredado en sus pantalones que caían al suelo entre sus piernas.
En ese instante, por su mente, pasaron distintas y ya olvidadas fotografías que recorrían los años escondidos en el ropero; confundiendo y asustando cada vez más los pensamientos de Jaime.
_ ¿Qué es esto? ¿No tengo ropa normal a caso? ¿Qué hago con éstos pantalones y éstos calzoncillos y ésta remera enorme? ¿Cuándo le saqué la ropa al abuelo? Debo haber corrido tan de prisa que ni yo me acuerdo. ¡Tengo que volver antes que se dé cuenta de todo; me va a matar a golpes! _ con los pantalones agarrados a dos manos comenzó a correr hacia el galpón, perdiendo los zapatos en el camino.


BILU

sábado, 21 de noviembre de 2009

ESTUPIDEZ HUMANA

ESTUPIDEZ HUMANA

-No sé que hago en este lugar todavía. Si tuviéramos hijos o algún gato aunque sea. Tantos años perdidos sin devolución.
-¡Ya empezás con tus escenas dramáticas! Nadie te encierra y se traga la llave; y que yo sepa atada a la pata de la cama no estás. Francamente yo tampoco sé qué hacés acá. De la manera que estás sufriendo yo ya estaría en Alaska.
-¿Porqué todo lo minimizás? Te encanta ridiculizarme ¿no? Acaso ¿sos feliz conmigo? No creo ser la única perjudicada. Sí la que apuesta al diálogo siempre; pero no la única que está cansada de la rutina ¿o no?
-La que no quiso tener hijos fuiste vos.
-¡Ah! Viene por ahí la cosa. ¿Es una venganza? No me diste un hijo, no te doy importancia.
-Yo creo que te di demasiada, por eso llegamos hasta aquí. Lo único que hacía era tratar de complacerte. ¿Y yo? ¿Cuándo me toca a mí?
-No estamos hablando de vos, no cambies de víctima. La única acá soy yo.
Sos hábil para alterar el tema a tu conveniencia. Ya sé que no cocino, no me gusta; y las tareas de la casa tampoco. Ganamos bien; con pagarle a Mónica y pedir de vez en cuando a la rotisería no creo ser una mala esposa.
-No querida mala esposa no. Simplemente no sos una esposa. Sos una amante; mejor dicho una novia porque son más los dolores de cabeza que los deseos de complacerme.
-Para qué habré hablado. Siempre lo mismo, una discusión que no tiene final. Y lo más triste que no recuerdo el principio.

Se encerró en el baño con la mirada triste; y sí en el fondo me dieron ganas de abrazarla y terminar con ésta pesadilla.¡Estaba tan linda! Siempre hace lo mismo: cuando se viste para el infarto busca discusión. Ya estoy harto. Disfruta peleando y dejándome con las ganas...Bueno, ahí empieza… ¡Qué manera de amargarnos la vida sin remedio!

-¡Abrí la puerta, mi amor, dale! Sabés que no soporto escucharte llorar. Perdoname soy un bruto.
-¡No, dejáme en paz! Andá a la fiesta vos sólo. Estoy cansada de dar lástima.
-…Pero… ¿de qué fiesta hablás?
-Ves que te olvidás de todo. Claro, es el casamiento de mi prima. Si no querías ir para no ver a mi madre me lo hubieras dicho y tá. ¿Era necesario buscar pelea?
-¡¡Si la que empezó fuiste vos, loca del demonio!! Me había olvidado por completo del casamiento. Y yo que pensé que te habías vestido así para mí. No hay caso, vos naciste para ser mostrada en escaparate. Lo único que te importa es lucirte. Y para peor estás fuerte como un caballo.
-No aguanto más tus vulgaridades; hasta acá llegó lo nuestro. No soy un pedazo de carne. Y sí… me encanta mostrarme y que me admiren, me encantan las reuniones, los eventos, ir a la peluquería, vivir en el spa. No quiero complicarme ni con mocosos ni con machistas idiotas.
-¡Ahora salís! Una escena digna de brodway; y yo preocupado. Ma sí andá a lucirte! En algo estoy totalmente de acuerdo con vos: no sé que hago todavía acá escuchándote. Ya que dejáste de mentir; dejá también el ropero vacío de tus delicadeces. Mañana no quiero en esta casa un sólo objeto que me haga recordarte. Y hoy, dormí con tu prima!
BILU

viernes, 13 de noviembre de 2009

EN LA OSCURIDAD

EN LA OSCURIDAD

Todo el barrio la conocía. En los alrededores la llamaban "Magenta"; aunque la fachada de su casa era un rostro pálido, sin luz y ensombrecido por manchas de humedad que corroboraban el paso del tiempo.
Abelardo no podía más; ya llevaba mas de cinco años esperando un milagro. Nadie como él seguía las indicaciones de los médicos tal cual aconsejaban. El mal seguía avanzando.
Vivía en la esquina de esa casa sin rostro. Había oído hablar de esta misteriosa mujer desde sus años jóvenes; pero jamás había conocido su rostro. Las descripciones eran muy difusas, inquietantes y perversas. No había una igual a la otra.
pensó Abelardo.
Era un día hermoso. El resplandor del sol se escondía en las grietas de las baldosas quebradas por cientos de bicicletas y changuitos que las herían desde hacía más de cincuenta años, sin que un sólo camión de la municipalidad
sintiera la obligación de reparar el daño. Los árboles con la melena erguida traslucían rayos de claridad que recortaban las siluetas sobre las paredes de los pocos transeúntes que a esas horas se atrevían a enfrentar el calor de la siesta.
Venía observando esa claridad Abelardo, cuando al llegar al número veinte trece detuvo su marcha y por unos segundos quedó observando la puerta descascarada con su mano cerrada a unos diez centímetros de la misma. Y en ese instante la puerta se abrió. Esa mujer, su exterior, su carácter, su peinado, su expresión; toda ella desprendía un algo misterioso, oscuro. Muy por el contrario de su nombre tan colorido. Con un ademán tosco aunque también amable lo invitó a pasar.
Tras la puerta, que lentamente se cerró, el hombre comenzó a sentirse ahogado, con el pecho cerrado y con ansias de correr y correr sin destino. Pero ya estaba allí; solo tenía que esperar y conseguir lo que había venido a buscar.
Magenta lo invitó a sentar; y le dijo: - Espéreme aquí. Preparo la sala y lo llamo- desapareciendo tras una puerta más deteriorada que la principal.
Abelardo se sentó en la primera silla que junto a una mesita, era escondida por un saliente en la pared que le permitía ocultar un poco, aunque más no sea, su vergüenza y su dolor.
El olor a humedad y a polvo descascarado provocaba una sed incontenible y constante en el hombre.
Limpiando su rostro de la transpiración y las lágrimas con su mano caliente no entendía qué fuerza superior lograba mantenerlo ahí, percibiendo la decadencia de una habitación semiderruída, despintada, fría y polvorienta que solo le hacía
sentir la desolación cada vez más honda en la que se encontraba su vida.
Sin embargo ahí estaba y no se movía; esperando un milagro que sólo podía brindárselo Magenta. Esa cruel enfermedad que se estaba llevando a su hija merecía un duro golpe de alguien que fuera más negra, más desolada y más cruel que ella misma.
- Está todo pronto. Pase y póngase cómodo- le dijo la mujer invitándolo a la sala por donde había desaparecido hacía un instante.
Abelardo, no muy convencido, siguió la indicación. Una luz brillante encegueció sus ojos; llevó sus manos hacia ellos para protegerlos; pero la luz taladraba y agujereaba sus manos que no pudieron evitar la herida.
- ¡Estoy ciego, estoy ciego!- gritó Abelardo con sus brazos estirados y enloquecidos por tocar algo o alguien.
- Papá, papá ¿qué pasa? ¿Por qué gritás como loco? Estoy acá; tranquilo.
Abigail se sentó al borde de la cama mientras tomaba las manos descontroladas de su padre, que con sus ojos abiertos, fijos en la pared, parecía un sonámbulo.
- No puedo más, no quiero ser más una pesadilla para vos. Soy un cáncer que no puedo extirparme. Cada vez se agranda mas en tu interior; y yo no te ayudo a matarlo.
- ¿Qué estas diciendo papá? Vos no sos ningún cáncer para mí. Sos lo único y lo más grande que tengo en la vida. Sólo estás nervioso por tu operación. No te preocupes, vas a poder verme de nuevo. Los médicos son optimistas y yo también.
Siempre estaré contigo; ya vas a ver cómo he crecido y que bonita está la casa. La terminaré de acondicionar para cuando vuelvas del hospital y despiertes de esa noche tan larga.

BILU

martes, 10 de noviembre de 2009

HASTA EL FINAL

HASTA EL FINAL

Mariana se miraba al espejo como cada mañana. Las ojeras eran producto de
una noche de insomnio como cualquier otra, y el ritual de intentar cubrirlas se
repetía. Las ideas que circundaban su mente eran las que a cada rato galopaban
desde que fue capaz de retener momentos en su memoria. Pero esta vez, la
velocidad, y la claridad con que aquellos pensamientos atizaron, fueron el motor
que incitó a Mariana a llevar a cabo su plan.
Como cada día desde hacía cinco años, se duchó, desayunó frugalmente y salió
hacia la editorial; sin que esos pensamientos abandonaran su mente.
Vivía en el décimo piso. A la hora en que tomaba el ascensor parecía que cada
uno de sus vecinos también querían tomarlo. La espera nunca era menor a cuatro
o cinco minutos; lo cual la impacientaba terriblemente. Al fin cuando paró, se subió.
Aprovechó el espejo del ascensor para arreglarse el pelo y terminar de retocarse el maquillaje. su aburrida timidez>
Le pareció que bajaba más lento que de costumbre. O sus deseos ya habían llegado y ella aún no.
Ya en planta baja había reparado en varios detalles del hall que no reconocía, y aunque no
comprendía lo que estaba pasando, prosiguió a paso apurado hacia la puerta.
- Disculpe, ¡buen día! Mi nombre es Felipe- le dijo el portero- Usted ¿es nueva en el edificio?
Mariana seguía sin comprender lo que pasaba < qué dice este hombre si fue gracias a mi que obtuvo su puesto en este edificio. No puede ser que no me reconozca>
Salió a la calle bajo la mirada asombrada del hombre que subiendo el tono le preguntó:
- ¿Se siente bien señorita, quiere que le llame un médico?

Pero Mariana ya estaba en la acera, mirando hacia los lados <ésta calle jamás la vi en mi vida. ¿Qué es esto? Acaso ¿estoy soñando? No, no puede ser tan real. No...> Dobló la esquina buscando pistas que la guiaran hacia la editorial.
Caminó, caminó y caminó... No recordaba tener que recorrer tantas cuadras para
llegar a la parada de ómnibus; pero siguió. < Quizá el café de anoche no me sentó bien> se repetía< Fueron varias tazas...pero el cuento debía terminarlo. Ya no podía posponer más el final, hoy Gustavo y Luis se reunían con Olazábal>
Llegó a la editorial sin proponérselo. Algo la había guiado. Nunca supo que fue. Pero ahí estaba.
- Srta. ¿Qué necesita?- le preguntó la recepcionista.
- Las bromas dejáselas a los de impresión. ¿No hay mensajes para mí?
- Disculpe, yo a usted no la conozco. No estoy bromeando. ¿Qué necesita?
- ¡Paola! ¿Te sentís bien? ¿Se pusieron todos de acuerdo para enloquecerme en el día de hoy?
- Mire señorita, no sé cómo sabe mi nombre y si no me dice ¿qué es lo que quiere? voy a tener que invitarla a retirarse. No me haga llamar a seguridad.
- Mirá, la única que puede llamar a seguridad acá soy yo. Acaso ¿te volviste loca? Ya para broma fue demasiado.
Subió a su oficina a pasos firmes y nerviosos dejando a su interlocutora sorprendida y sin habla.
A su alrededor seguía viendo sin reconocer. Desde el mobiliario hasta la decoración de las paredes. Todo era distinto. No lo recordaba. Y siguió caminando cada vez más sorprendida queriendo por fin encontrar a alguien que le explicara.
Entró a su oficina. Ahí todo estaba igual a lo que recordaba, todo como lo había dejado ayer. Se dejó caer en el sofá, tiró la carpeta con su trabajo sobre el escritorio y cerró los ojos. Esperaba despertar en su cama sobresaltada por el sueño loco en el que acababa de entrar.
Una voz conocida y muy sensual se acercaba a ella. Abrió sus ojos. Aún estaba en la oficina y el que se acercaba con pasos ligeros era Luis, y no venía solo. Asustada se escondió en el baño.
Luis y Gustavo entraron sin llamar. Al parecer discutían sobre el cuento que ella había terminado para hoy. Y también hablaban sobre el suicidio de una compañera a la que parecían apreciar. Con su oreja pegada a la puerta Mariana estaba desconcertada.
<¿De quién hablan? Aquí la única escritora soy yo. ¿Qué está pasando? ¿Quién soy?> se preguntaba mirándose al espejo al borde de las lágrimas. Hasta que escuchó a Luis: - Mirá acá, en el escritorio. Esa carpeta es de Mariana. ¿Será el final del cuento?
- ¿Qué decís? Mariana está muerta. Acabamos de venir de su entierro. Sé que fue
repentino pero en su apartamento encontraron el bosquejo sin terminar.
- Si, ya sé...la extraño, la extraño demasiado- contestó Luis apretando contra su pecho la carpeta y cayéndose de rodillas al suelo. - Nunca pensé que llegara a éste extremo. La culpa fue nuestra, la presionamos demasiado. Era una escritora brillante.
Mariana tras la puerta no podía creer lo que oía...Se miró al espejo. Se volvió a mirar. Palpó cada centímetro de su cuerpo < Estoy viva. ¿De qué hablan?>
- Levantáte Luis. ¡Vamos hombre, arriba! Tenemos que aprontar todo para la reunión con Olazábal. Hay que buscar un buen final rápido. Entre los dos podremos. ¡Vamos!- levantando de un brazo a su amigo destrozado.
Luis se sentó, se secó las lágrimas y abrió la carpeta. Leyó lo que había dentro y con una triste sonrisa miró a Gustavo.
- ¿Qué pasa?- le dijo éste.
- Antes de suicidarse escribió el maldito final. ¡Léelo con tus propios ojos!- entregándole la carpeta con rabia.
Gustavo lo leyó en voz alta: " De todas formas supo que solo era un cuento y era cuestión de elegir el final entre los tantos conocidos. Pero prefirió seguir escribiendo día y noche para evitar el momento en el que todos los cuentos terminan."
BILU

viernes, 16 de octubre de 2009

LA CITA EQUIVOCADA

LA CITA EQUIVOCADA

"Sé lo que hiciste, tenemos que hablar, nos vemos en la explanada mañana
a las 22, no faltes. C." La frase se me iba introduciendo con más fuerza en mi cabeza. Cada vez que entornaba mis ojos la veía con letras color punzó lastimándome los párpados.
La terminal estaba atestada de gente. El alta voz murmuraba los arribos y las
partidas sin un orden lógico; por lo menos para mis oídos, que también oían a
mi mente: < mañana no estaré en Montevideo; ella lo sabía. Y en definitiva
no hice nada, no hice nada de malo>
Mi mente ya iba en camino. Deseaba con todas mis fuerzas que las agujas del
reloj buscaran frenéticamente mi destino. Y al llegar se congelaran.
El muchachito pelirrojo, que no dejaba de golpetear el suelo con la punta de su
bota izquierda, miraba también el reloj impaciente. Esos jeans gastados y esa
camisa rosa impecablemente planchada me habían llamado la atención desde
que había ingresado a la terminal. También llevaba una riñonera de cuero gris que
combinaba con un pequeño bolso que yacía recostado al pie de su asiento, entre
sus piernas nerviosas y ágiles.
En un momento varios pasajeros desalojaron todos los asientos de la hilera de
en frente. Aproveché y saboreé la última mentolypthus que me quedaba estirando
todo mi cansado cuerpo a lo largo de tres asientos. Cerré los ojos y... una vez más
había vuelto la frase. El eco de mi voz recordándola me taladraba los oídos. Había
tratado en vano de olvidarla. El alta voz seguía murmurando; entonces creí escuchar
mi destino. Abrí los ojos, tomé mi bolso y giré sobre mi hombro izquierdo para ver
una vez más al muchachito. Pero ya no estaba.
Al subir al ómnibus no quise depositar mi bolso en el maletero. - Es chico, lo llevo
en la falda- le había dicho al chofer con educación.
A los pocos quilómetros mis nervios me estaban jugando una pulseada; tenía que
ganarles. Me acordé del mp3- un poco de buena música relaja el tiempo- me dije.
Quizá también logre borrar esa maldita frase de mi mente.
Busqué el bolsillo exterior de mi bolso, pero no estaba. - ¡No se puede perder un
bolsillo!- pensé. Di vuelta el bolso, lo miré desde todos los ángulos. La franja color
granate que sólo se dibujaba en uno de los lados del bolso estaba; pero los tres
bolsillos exteriores no. Indudablemente era un bolso parecido al mío pero no era
el mío. Busqué una identificación sin suerte. Entonces abrí el cierre, y sin poder
fijar la mirada dentro tanteé con mi mano. Solo ropa, parecía. Nada que se pareciera
a una agenda o a una billetera. Cerré de pronto cuando escuché una bocina.
Me sudaba la frente, y eso que estábamos en el mes de julio.
A todo esto el ómnibus hizo su primera parada. La mía era la tercera; pero algo
me asfixiaba ahí dentro. Decidí bajarme ahí.
El primer hotel que vi me pareció bien.
Ya en la habitación fui al baño, me refresqué sin que mis ojos se apartaran del
bolso que había dejado sobre la cama.
Me saqué los zapatos, me hinqué sobre el colchón, por cierto bastante mullido, y
comencé a sacar el contenido del bolso a puñados, después lo di vuelta y lo
sacudí. Lo último en caer fue una navaja tallada con piedras de amatista en el
extremo del mango.
El aroma que desprendían las prendas, una combinación de almizcle y eucalipto,
me recordó al muchachito de la terminal. Hundí mi rostro en ellas extasiado hasta
que mi mente me recordó la frase que había creído olvidar. Me incorporé
buscándola. Ya no podía más... - ¡no volverá a verme!- grité.
Había comenzado a guardar las prendas nuevamente, cuando entre ellas encontré
dos pantys negras caladas, dos antifaces con plumas tornasoladas y una capa
de seda ámbar, con la cuál me arropé y quedé tendido en la cama esperando que
el joven pelirrojo entrara en mi habitación y me desvistiera lentamente. Ya lo veía
con esa hermosa navaja entre sus dientes.
BILU

domingo, 11 de octubre de 2009

PERFIDA MUJER

PÉRFIDA MUJER


Sus ojos demoraron en cerrarse, quizá para terminar de abrir la herida que había causado en mi enfermo corazón.
Ya no podía recordar nítidamente cómo fue que la conocí. De lo que estoy seguro sí, es de recordar a la perfección ese maldito día, ese día que decidió comenzar con mi fin.
Ese día...lo recuerdo como si hubiera sido ayer; y ya pasaron quince años. Recuerdo su mirada desencajada, sus movimientos nerviosos, sus insultos sin fundamento y ese fervor por vivir y jugar al límite con mis sentimientos. Había sacado un cuchillo de la cocina y lo revoleaba dando bofetadas al aire a unos pocos centímetros de su panza, donde mi hijo inmerso en la sombra protectora del útero materno, se aprontaba a desafiar su inframundo en un mes aproximadamente.
Yo, desesperado, trataba de calmarla, pero a cada intento mío por abrazarla para quitarle el cuchillo su furia aumentaba. Aumentaba a ritmo inquietante, hasta frenético. Al mismo ritmo que mis latidos. Y en esa sincronía arrítmica acelerada lo último que vi y que oí antes de desvanecerme fueron los gritos desgarradores de Laura al hundir el cuchillo con fiereza inusitada en medio de su abdomen.
Cuando los médicos me dieron el alta definitiva la fui a buscar, preocupado, sí preocupado. Aún la quería.
No sólo ya no tendría una familia, hijos, mujer, nietos; sino que ya no tenía vida. Ella logró matarla.
No pude siquiera pensar simplemente en vivir; comencé a vivir mi muerte. De mi trabajo a la clínica, de la clínica a mi casa, de mi casa al trabajo; esa fue mi rutina diaria durante cinco años. Lo que duró su internación en el psiquiátrico, lo que pude pagar; bueno, en realidad, lo que quise pagar.
Los dos nos habíamos salvado de milagro. Mi querido Daniel no había tenido esa suerte o esa desgracia, ya no sé que hubiera sido mejor. Yo con un corazón enfermo y ella siendo estudio de juntas médicas que aún hoy no comprenden.
Yo recién hoy comprendí. Y en mi mente, mientras veía su rostro aterrado, se agruparon los recuerdos de lo que nunca fue. ¡Qué iluso! ¿No?
Podría haberlo hecho mucho antes. Podría haberla dejado abandonada a su suerte. Hubiera podido sí, pero no lo hice. Simplemente quería acabar con ella.
Lo había planeado muy bien; sin embargo nunca pensé que me dolería tanto su mirada en el último minuto de agonía. Hasta muriéndose logró su objetivo: hacerme sentir culpable de haber nacido.

BILU

sábado, 10 de octubre de 2009

ARRIESGADA DESICION

ARRIESGADA DESICION

Estaba oscuro. Cientos de almas se movían, emulando ganado nervioso. Ella
procuraba pasar inadvertida. Inmóvil y callada en su litera, aferrada al minúsculo equipaje, se limitaba a observar el entorno. De vez en cuando miraba de reojo aquel cuadrante del falso pasaporte, que sobresalía del bolsillo; le había costado mucho conseguirlo. Tampoco habían perdido sus oídos las últimas palabras de su madre al embarcar: "Si escuchás tu nombre sigue caminando sin voltearte jamás."
El barco era alemán; su pasaje, de segunda; pero sus esperanzas volaban alto y dirigían la embarcación.
Iban pasando los días y los alimentos empezaron a escasear. Algunos, los más osados, subían a cubierta donde los turistas de clase alta algunas veces necesitaban ayudantes; la paga era en mercancía. Muchos terminaban escaleras abajo, escuchando un portazo de despedida.
Isabel soñaba noche y día. Se imaginaba en las calles de la ciudad desconocida y a medida que así las recorría, se fue convenciendo de las molestias que sus contadas pertenencias le causarían. Decidió entonces deshacerse de ellas; necesitaba lanzar por la borda los episodios que todavía la ataban al pasado. Como aquella frazada, la que su madre y su hermana le habían tejido y bordado para el ajuar matrimonial. Comprendió que tirar su amada manta por la borda era un compromiso absoluto con José, mucho más radical que el que le había jurado en la ceremonia de los anillos y la echó a volar. Sobre la pantalla multicolor de la frazada, que tremolaba al compás de la brisa suave, antes de tenderse sobre el colchón de espuma que esperaba su
descanso, la mirada de la mujer descubrió algunas imágenes de la Isabel que se había quedado en tierra: la de la boda, la de los primeros tiempos de convivencia y adaptación a una familia numerosa, porque José era un viudo veinte años mayor que ella y padre de una jovencita de catorce años y tres varones mayores, aunque sólo los fines de semana estaban juntos en el campo. Isabel se las ingeniaba para mantener sin ayuda la huerta y unos pocos
animales de corral mientras su marido, ascendido a capataz, lidiaba en la construcción cada vez más horas sin que la retribución reflejara su esfuerzo.
España no era la misma después de la guerra. Corría el rumor de que en América se necesitaba mano de obra y que la paga crecía al ritmo de la adolescencia pujante del continente.
Un mal día, José decidió probar suerte sobre la otra orilla del Atlántico. La despedida fue cruel. Ese día, Isabel no se levantó. Desde su cuarto vio partir al amado, con su pequeña hija de la mano. Su corazón galopaba detrás de él, pero la razón le impedía el paso: era muy orgullosa y no le perdonaba que la dejara. Sólo cuando ya no se divisaron las siluetas en el camino, Isabel estiró su cuerpo y se quedó observando el paisaje solitario a través de la ventana.
Se tiró en la cama, de nuevo. Lentamente fue deslizándose debajo de la manta abrigada y colorida; cerró los párpados, buscando un sueño que la redimiera pero en la oscuridad sólo había aparecido el rostro de José. El mismo que ahora latía en la bandera de aquel barco surcando el incierto pero esperanzado futuro.

BILU

¡CRECER, QUÉ CONTRARIEDAD!

¡CRECER, QUÉ CONTRARIEDAD!


Me lo contó en una noche de claridad, que duró una eternidad.
Entre sueños y nostalgias acomodó su corazón mirando el mar.
En la mitad de su historia me despertó la curiosidad; y como un
terapeuta amigo escuché su verdad. Es la que ahora te voy a
contar. Tengo su permiso y el de su mamá: "quería encontrar el
lugar exacto donde se une el cielo y el mar pero había que
zambullirse o volar. No estaba preparado aún. No quería estarlo.
Añoraba los mágicos paseos al litoral, a Solymar, a dejar las
rueditas y pedalear.
Estaba en un momento especial, esencial, más que particular.
Ese de conocerse con mirar atrás.
El espejo le devolvía la realidad, pero al verla sentía ardor estomacal.
Luchaba consigo por un lugar que ya tenía aunque ciertamente no
lo veía. Sufría en la inmensidad de su ser despegar. Se negaba
a volar alto por temor a naufragar.
Más creía en lo que decía, en honor a la verdad, cuando se veía
nadando hacia la libertad. Sólo que lo hecho en palabras no siempre
se condice con la edad. No quería despegar y menos aún despegarse
del cordón umbilical. Ya lo había comenzado a lograr y fue cuando
desde el cielo todo lo vio con claridad. Su lugar ya no era su lugar.
¿Cuál era ahora? se preguntaba. Para dos no había espacio; el de
él era el espacio sideral, donde podía imaginarse en el útero de
mamá.
No hay forma de olvidar la felicidad cuando se atesora en cajitas
armadas con espuma de mar. Esa delicada caricia que mamá
ya no le da.
Nadie como ella lo había entendido mejor. Nadie como ella le
había dado su corazón. El que usaría de rompeolas en busca de
su anhelado mundo interior.”
Todavía esta navegando. Algunas veces retrocede unos metros,
otras retrocede más; pero la mayoría del tiempo viaja hacia la
inmensidad. Esa a la que le temía desde su infantilidad.
La misma que lo había llevado a enfrentarse con la autoridad.
Fue un buen chico; y digo fue porque ya encontró su lugar.

BILU

viernes, 2 de octubre de 2009

MI CECILIA

MI CECILIA

_ ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Podríamos estar juntos, viendo este atardecer hermoso_ iba deslizando el lápiz de Esteban sobre el papel, un tanto alabeado ya por sus codos despreocupados.
La ventanita de la buhardilla se había hecho cómplice del espectáculo: mostraba el mar en ese interminable instante en que el sol convierte en sangría las aguas.
Como sobre una ola rebelde, corcoveaba la letra en la hoja: _ ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo pude creerte? Nunca quisiste vivir en paz y ser feliz conmigo en este lugar. Buscabas algo que sólo ahora comprendo.
Recuerdo los rostros de mis padres cuando decidí mudarme aquí, contigo. Después de treinta años, me iba de casa, del barrio, de la ciudad; nunca me había tomado más de cuatro o cinco días de vacaciones: tenía pánico a la soledad, al silencio, a vivir. Así me habían criado, así lo había aceptado. Hasta que te conocí.
Mi madre me lo advirtió con una mirada larga y triste, pero eras tan bella, tan hermosa.
¿Te acordás cuando llegamos? Tu rostro se encendió aunque, esa noche, sólo tus ojos iluminaron este espacio, el primero que sería nuestro. Papá me había comprendido tan cabalmente que no vaciló en gestionar el alquiler.
Hasta mamá había abrigado la esperanza de ver a su muchacho más repuesto, más vigoroso. Siempre me recordaba que debía alimentarme más y mejor; decía: “no sé a quién saliste así tan flaco, tan endeble; tu papá siempre fue macizo “Los tres creímos que la felicidad estaba contigo.
¡Te extraño, Cecilia! Mi Cecilia. Lograste arrancarnos el miedo de vivir, de equivocarnos.
El lápiz tachoneó la palabra estaba. Después de un momento descansó paralelo a la hoja. Un paralelismo que no se destruiría ya por intersección. Porque el manoseado papel fue a parar a un frasco de perfume vacío.
Todavía lucía la etiqueta llamativa que tanto encantaba a Cecilia. El muchacho lo tapó con cuidado y lo depositó en la mochila. Se la colgó, salió y lentamente bajó las escaleras a la playa.
El faro de Cabo Polonio, viendo sin querer tras su parpadeo, fue el único testigo sordomudo del viaje que acababa de emprender Esteban en busca de su sirena perdida.
BILU

martes, 29 de septiembre de 2009

Bienvenidos!!!


Bienvenidos a mi blog, desde éste momento "El lugar de inspiración y enriquecimiento de pasiones que son semilla de obras literarias, que no por desconocidas son menos fecundas que muchos clásicos"


Mi nombre es Adriana Fraga Corrales, nací el 19 de noviembre de 1970 en Montevideo.

Soy casada y madre de dos hijos. Maestra especializada en preescolares, aunque ya

no ejerzo la profesión desde hace nueve años.

Mi primer libro fue un sueño hecho realidad gracias a la fuerza y a la energía que recibía

y aún recibo de mi familia, mis amigos y todos los que, de una manera u otra, estan a mi lado siempre. Estuve acompañada principalmente por mi hijo Nicolás, que con doce años se atrevió a soñar conmigo y realizó las ilustraciones interiores.

Ésta es mi primera obra publicada: