Espero críticas y elogios, ceños fruncidos y sonrisas cómplices, lágrimas de emoción y carcajadas ilusas. Si logra este espacio personal alguna de esas sensaciones me daré por satisfecha........

jueves, 30 de septiembre de 2010

ENCUENTRO FURTIVO

La recepcionista no dejaba de martillar el mostrador con sus uñas carmesí, síntoma de aburrimiento, nerviosismo o coquetería quizá.
El botones, que no debía tener mas de noventa años, quería arrebatarme la maleta que me esforzaba en retener.
Había llegado por fin.
Aunque el camino que me esperaba me era desconocido valía la pena la intriga. Ella, aunque lo negó siempre, era lo que quería. Nadie envía esa clase de fotos por e-mail a un desconocido sin buscar rédito de ello.
Sólo tengo esta noche. De lo contrario, Marcela dudaría y no estamos, precisamente, de luna de miel en estos momentos.
Esta habitación es deprimente, casi tan antiguo el polvo como el botones. Está claro que las mucamas van a la misma manicura que la recepcionista.

Ya es hora de llamar un taxi. La mujer dijo que esa dirección estaba a treinta y cinco minutos de aquí mas o menos.

Antes de salir, el hombre chequeó sus mensajes en la notebook por si su amante cibernética se había contactado en las últimas dos horas; ya que ese tiempo le había demandado el viaje hacia allí. Pero no había noticias.

La calle estaba húmeda. Era una noche sin estrellas y casi vacía.
El taxista ya le había adelantado que lo dejaría a unas quince cuadras: -Yo a ese barrio no entro- le había anticipado con ojos extremadamente abiertos.
Ni una vez se le cruzó la idea de abandonar la visita. Ni una sola vez le temblaron las piernas mientras caminaba en solitario por esa calle angosta buscando con su linterna el número de puerta. Solo veía, en su imaginación, una hermosa y sugestiva mujer esperándolo entre pétalos sobre sábanas de seda.
Tocó la puerta, tan vieja y destartalada como el botones del hotel, con temor de tirarla abajo de sólo mirarla.
Luego de unos minutos volvió a repetir el golpe. Al cabo de algunos minutos más optó por mover el picaporte. Se abrió.
Tanteó la pared para encender la luz pero nunca encontró llave alguna; allí si comenzó a arrepentirse de esta locura. Dio dos pasos hacia atrás con las manos tanteando el aire para encontrar la puerta cuando oyó un ruido sordo seguido de una carcajada horrenda.
La puerta no se podía abrir. La carcajada no la podía callar. Se desplomó en el suelo ocultando su cabeza entre las manos.
La figura de una mujer bellísima se dibujaba transparente entre la puerta y sus ojos. No atinaba a nada sólo gemía y suplicaba despertar de esa pesadilla.
Una mano lo alzó de los pelos como si fuera un muñeco.
El guardaespaldas de su mujer lo miró fijamente y le dijo: -Así no esta presentable para una noche de placer, y menos sin su esposa. ¿No le parece?
Agachó otra vez la cabeza al sentir algo caliente que bajaba desde su cintura.
-Así quería verte iluso, hijo de perra!
Lo último que sintió fue el fuego de su sangre que brotaba de la comisura de sus labios.

BILU

sábado, 18 de septiembre de 2010

DON FRUTOS

Me acuerdo de la lucha desigual que tuvo que vivir mi madre para que su hijo no saliera con la debilidad de su padre. Me acuerdo de mí, cuando niño, investigando por dentro cuanto bicho caminara por el campo. Pretendía averiguar de qué estaban hechos esos animalejos. Disfrutaba con honda satisfacción de esas operaciones hasta que mi padre se encargaba de aguarme la fiesta con sus estúpidas lecciones de moral mal enseñada: "son sólo bichos inofensivos que no le hacen mal a nadie."
Odié con todas mis fuerzas los castigos impuestos, solo por ser un niño y saciar la curiosidad lógica que tenemos todos.
Bichos inmundos los grillos, lo único que hacían era chillar asemejándose a esos maricones que tuve que soportar durante toda mi increíble y envidiada carrera militar. Esos, que para no ser aplastados por los poderosos, se ocultaban bajo mi sombra.
Los inofensivos no llegan a ver mucho tiempo la luz: se los engullen y sólo siguen viviendo en la oscuridad de una panza satisfecha.
Yo amaba a mi madre por su dureza y su valentía. Me enseñó a no tener lástima de los débiles, y a negociar con los poderosos. Yo sabía muy bien lo que quería para mí; y estoy seguro de que está orgullosa de su hijo. Logró que comprendiera quiénes mandan en el mundo y quiénes deben ser destruidos.
Mis instintos y mis deseos de poder fueron muy bien atendidos y entendidos por todos los que me conocieron; muy especialmente por mis mujeres. Y por mi esposa que logró serlo por siempre cuando acalló los labios, vio lo que yo quería que viese y escuchó lo indispensable para mis intereses.
El poder es exquisito y nadie me lo quitó jamás. Fue fácil ser yo (con todo lo que ello implicaba).
Fue fácil dar a luz mi capacidad de arrollar a los más indefensos y encerrar en la oscuridad de la memoria a los más inquebrantables.
Qué se creía ese Pepe Artigas, con sus ínfulas de jefe. El único jefe que siempre existió fui yo, Don Frutos. El verdadero jefe de un pueblo ignorante y miedoso. El mismo que se escondía bajo mi sombra.
Nunca me importó aplastar y hundir; solo me importó elevarme sobre los demás.
Me encantaba ver los rostros de temor buscando mis ojos en lo alto por un poco de piedad. Pobre de ellos, ni se imaginaban que esa actitud me recordaba a mi padre y en nombre de él los exterminaba.
Todavía recuerdo la mirada despistada y suplicante de Venado en el momento donde mi plan perfecto comenzaba a dar sus frutos y a convertirme en héroe; el gran jefe admirado y respetado por todos. Lo único que lamento es que mi madre no estuviera presente.
Hoy me acuerdo de todo esto, cuando ya no me queda mucho aire por respirar, y no me arrepiento. Ni la muerte vendrá cuando quiera. Yo le diré cuando cerrarme los ojos.

BILU