Espero críticas y elogios, ceños fruncidos y sonrisas cómplices, lágrimas de emoción y carcajadas ilusas. Si logra este espacio personal alguna de esas sensaciones me daré por satisfecha........

sábado, 26 de diciembre de 2009

LA MAGIA DEL TIEMPO

LA MAGIA DEL TIEMPO

El encargado del cuidado de la plaza pública estaba terminando su labor.
Era tardecita, el sol ya le había dejado lugar a su suplente nocturna.
Los faroles se encendieron iluminando los canteros rebosantes de geranios que delineaban los senderos solitarios.
Jaime comenzó a guardar sus herramientas en el bolso de mano. Se arropó con su campera inflada, salió del vestidor; una pequeña caseta que se había construido en la esquina norte de la plaza, y cerró con candado la cadena que rodeaba la improvisada cerradura de hierro. Como hacía ya casi treinta años esperó que las luces terminaran de iluminar con toda su potencia hasta el rincón más recóndito de la plaza y se fue. Siempre cruzaba en diagonal la plaza sólo para observar que todo estuviera en su sitio, pero esa noche, sin embargo, estaba apurado y se fue sin dar su última ronda.
Tenía la sensación de que esa noche sería distinta.
Para tratarse de un viernes las calles estaban demasiado calladas y desiertas. Ni siquiera los jóvenes de siempre, los que se reúnen en el almacén de Don Manolo, estaban sentados al cordón de la vereda haciendo barullo. Parecía ser el único ser humano de la tierra; miraba a los costados a cada paso y podría jurar que todos lo seguían sin aparecerse. Al dar vuelta en la esquina de su casa Duque no apareció a recibirlo como era su costumbre. Abrió el portón, haciendo el mayor ruido posible, sacudió las llaves para llamar la atención de su cachorro sin suerte y entró.
_ ¡Hola! Llegué. Rosa, chicos ¿dónde están?_ su voz hizo eco en cada habitación sin respuesta. Con un dejo de temor e inquietud se dirigió al teléfono. Llamó a la oficina de su mujer, al liceo de sus hijos, a su suegra, a Rosalía, su cuñada, pero nadie contestó. Ya los nervios lo estaban devorando cuando oyó un lamento; parecía venir del baño. Sin prisa pero sin pausa, con la pala de arrimar brasas de la estufa a leña en sus manos como escudo, se dirigió hacia el sonido. A medida que se acercaba el lamento se hacía más potente; abrió lentamente la puerta, asomó la cabeza con cuidado y allí estaba el Duque con sus patas atadas y su hocico envuelto con cinta plástica. Parecía tener electrificada la cola de tantos espasmos que daba contra el borde de la bañera al ver a su amo. _ Pobre Duque, ¿qué pasó en esta casa? ¿Dónde están todos? Ladrones no pueden haber sido, todo está en su sitio. ¿Dónde está mamá, Duque?_ preguntó Jaime tratando de entender lo que estaba viviendo.
El perro sólo gemía lamiendo a su dueño sin entender tampoco lo que ocurría.
El hombre cerró y fue directo a la comisaría a denunciar el hecho.
_ Señor, no podemos hacer nada hasta que hayan pasado veinticuatro horas de desaparecidas las personas ¿Sabe cuántos casos de éstos tenemos por semana? Y eso que este pueblo no tiene más de dos mil quinientos habitantes. Vaya a su casa a descansar, ya reaparecerán. De otro modo lo esperamos dentro de las restantes veinticuatro horas y asentamos la denuncia del caso._ fue todo lo que el policía le dijo sin escuchar prácticamente a Jaime que enloquecía de ira e impotencia.
Volvió a la plaza. Se sentó en el banco más cercano a la caseta por si el teléfono sonaba, tomó su cabeza con las dos manos y trató de buscar en sus pensamientos alguna explicación coherente a lo que estaba ocurriendo. Duque, sentado a su lado, lo miraba con ojos tristes.
Parecía que iba a llover. La gente apuraba el paso tratando de llegar a casa antes de la tormenta. A Jaime no le importaba.
Hacía ya quince días que no movía su cuerpo de ese banco, ni siquiera había cortado el césped. Los primeros en darse cuenta de la situación del pobre hombre fueron los jóvenes que todas las noches saludaban al guardián cuando volvía a su casa.
Se habían encargado de buscarle un nuevo amo a Duque, de mantener su casa limpia y aireada; pero no podían conseguir que Jaime reaccionara.
El tiempo pasaba y Jaime cada vez estaba más lejos de la realidad.
Un día hermoso de primavera una niña se le acercó y le preguntó: _ ¿Usted es el guardián de la plaza? Jaime solo la miró y sonrió.
_ ¿Por qué ya no crecen las flores en los canteros y el pasto de tan alto hace sombra en los bancos?_ prosiguió la pequeña con curiosidad.
El hombre agachó la cabeza y fue hacia la caseta, entró y cerró la puerta lentamente. Ella lo siguió. Entró y volvió a preguntar lo mismo buscando los ojos del hombre que fijamente miraban el piso.
Jaime apartó la mirada y escondió entre sus manos, ásperas y fuertes, su rostro. Lentamente con un sollozo callado fue acurrucándose en posición fetal. La niña lo miró incrédula y compasiva. Puso su mano en el cabello desprolijo del hombre, como un adulto, para consolarlo; y le habló con voz queda: _ ¿Por qué estás tan triste? ¿Estás enfermo?
Se hizo un silencio cómplice. Sólo el gemido de Jaime hacia eco en las paredes y el techo de zinc de la caseta.
La pequeña, exhausta, se había dormido apoyando su cabeza en la alfombra al pie del sillón. Ese que tantas veces había sido confidente y amigo de Jaime. El que conocía sus secretos y todos sus miedos. Aunque, profundamente dormida, su mano seguía apoyada en la madeja de pelos del hombre, que ya no lloraba.
Parecía que ni sus respiraciones se animaban a interferir con el silencio que se volvió profundo e inquietante.
Al cabo de un rato Jaime se levantó, alzó a la pequeña en brazos y salió decidido.
Era la primera vez en tres meses que se atrevía. La primera vez luego de aquella horrible noche, que movía su cuerpo con un fin determinado: ir a su casa.
Otra vez le pareció un pueblo fantasma; todos lo seguían pero nadie estaba. Sólo la luna lo observaba desde su balcón blanco y esponjoso.
Al llegar sus ojos se paralizaron y salieron de sus órbitas buscando lo que ya no estaba.
_ La dirección es ésta, ¿cómo voy a olvidar dónde está mi casa?_ gritó desesperado mirando a su alrededor con inquietud.
La niña despertó sobresaltada: _ ¿Dónde estoy? ¿Qué hacemos acá?_ preguntó sorprendida.
Acá estaba mi casa. No entiendo lo que pasó. No puede haber desaparecido.
_ ¿Qué decís? Y ésta casa que tenemos en frente ¿de quién es? _ preguntó la niña desorientada.
_ ¡No es la mía! ¡No es la mía! _ repetía Jaime tomándose la cabeza y cayendo de rodillas al suelo.
_ Capaz te equivocaste de calle. ¿Hace mucho que no venís? _ prosiguió la niña apoyando su mano en el hombro de Jaime.
_ ¡No sé, no sé! No entiendo nada; desde que apareciste todo me es confuso…
¿Quién sos? Ni siquiera se tu nombre. ¿Cómo podés tener el aplomo y el comportamiento de una mujer adulta siendo tan pequeña? ¿Quién…Antes de poder seguir con el interrogatorio cae al suelo empujado por algo o alguien.
…Con los huesos molidos y un cansancio ancestral apoyó sus manos lentamente en el suelo y se fue reincorporando. Ya parado limpió su rostro con la manga del brazo izquierdo y se volteó hacia la niña para increparla. Ésta ya no estaba.
Comenzó a observar hacia todos los lugares posibles y sin dar crédito a sus ojos se dio cuenta de que ese lugar le era muy lejano, pero también muy familiar. Era la chacra en la que había crecido.
Las suelas de sus zapatos ya no pisaban cemento sino que se hundían en el prado mullido de tierra negra y césped crecido que bailaba al ritmo del viento.
Su instinto lo llevó hacia la entrada de esa casa fantasmal que se erguía a su frente. Al primer paso tropezó enredado en sus pantalones que caían al suelo entre sus piernas.
En ese instante, por su mente, pasaron distintas y ya olvidadas fotografías que recorrían los años escondidos en el ropero; confundiendo y asustando cada vez más los pensamientos de Jaime.
_ ¿Qué es esto? ¿No tengo ropa normal a caso? ¿Qué hago con éstos pantalones y éstos calzoncillos y ésta remera enorme? ¿Cuándo le saqué la ropa al abuelo? Debo haber corrido tan de prisa que ni yo me acuerdo. ¡Tengo que volver antes que se dé cuenta de todo; me va a matar a golpes! _ con los pantalones agarrados a dos manos comenzó a correr hacia el galpón, perdiendo los zapatos en el camino.


BILU

2 comentarios:

  1. Adri esta excelente, me encanto segui escribiendo porque es un placer leer tus cuentos. Un gran abrazo.-

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  2. Gracias Laurita...a mi me dan fuerza estos comentarios, porque siempre un artista no es nada sin el reconocimiento de su público jeje...gracias en serio y voy a volver a escribir seguido lo prometo(me hace muy bien, no sabes cuanto!!)
    Besos

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