Espero críticas y elogios, ceños fruncidos y sonrisas cómplices, lágrimas de emoción y carcajadas ilusas. Si logra este espacio personal alguna de esas sensaciones me daré por satisfecha........

viernes, 5 de febrero de 2010

VIVIR MURIENDO

VIVIR MURIENDO

Las paredes de roca fría y cenicienta se fundían en mi retina con
un dolor intestino. El sol tibio pero sin fuerza se prendía con sus rayos
al alambre que en espiral se apoyaba en lo alto del muro. Quizá por
eso su color era de un llamativo rojizo y ya no se distinguía el amarillo
oro con el que había nacido. Así me estaba desgarrando yo también, pero por dentro. Ya mi alma y mi espíritu habían emigrado a un lugar lejano buscando descanso. No sé si lo consiguieron, pero estaba feliz por ellos.
El que seguía peleando era mi cuerpo. Aunque vacío de valores estaba acompañado de órganos que luchaban por sobrevivir a las drogas que les obligaban a ingerir. No le quedaba mucho tiempo, al cuerpo, para vengarse; que en definitiva era lo que quería antes de acompañar a la mujer alta. El encierro lo estaba absorbiendo, lo sumía en una oscuridad a la que temía.
Varias veces quise ayudarlo pero esa mujer tiene muy claro sus objetivos.
Ya me lo habían advertido mis padres: "cuando te encerremos donde te mereces conocerás el infierno". Claro, yo lo entendía ahora que observaba como mero espectador; pobre cuerpo mío que lo estaba padeciendo.
La mujer alta y extraña me lo había contado todo. Pensar que por esa confesión terminaron de desalojarme de mi maltrecho cuerpo desnutrido.
Ella me lo dijo: "no hay forma de escapar a los designios de la existencia, sólo te permitiré ser testigo de tu propia decadencia". ¡Qué perversidad, qué avaricia, qué frialdad! Pero que razón que tenía.
El día que no soporté más ver a mí querido cuerpo reptando por las rocas frías y cenicientas para volver a sentir la calidez, aunque tibia, de los rayos del sol que no desistían de visitar el psiquiátrico; fui por la mujer alta y le exigí me devolviera lo que era mío. Ella sólo me miró con un dejo de malicia y autosuficiencia y dijo:
- Yo soy un mero instrumento, hago mi trabajo. Él nunca fue tuyo. Ha
sido, es y será de quien lo habite. Tú ya no vives en él. Es hora de dejarlo, es hora de partir.
Lo último que vi fue al que había sido mi cuerpo, esquelético, siendo velado y llorado por los que habían sido mis parientes hasta hace poco tiempo. Yo ya no sentía nada por él.
BILU

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